Friday, December 25, 2015

Experimentos con humanos

por Pola Oloixarac
(texto aparecido en "La cinta transportadora" de Ulises Conti, Mansalva 2015)



Es la avenida Córdoba, entre la medianoche y las 3am: mis pies y la cabeza de Ulises, en su mágico autito azul. En la foto, Ulises surca el espacio al volante y yo viajo recostada en el asiento de atrás, con el asiento del acompañante arrojado hacia adelante. Calculo verano, por los zapatos (rojos) 2002, o 2003. Por la época de la foto, la idea de realizar experimentos con humanos ya existe en su cabeza (boina en la foto), o en alguna parte del sistema de su cráneo deslizándose dentro del caparazón del auto.

Es probable que la idea de diseñar experimentos con humanos no ingresara en nuestra conversación en los términos de un pronunciamiento o una decisión si no que buscara formas más o menos imperceptibles para existir dentro de ellos (nosotros).

En su momento germinal, existían de manera primaria, como intuiciones acerca de futuros posibles en la obra de arte.

·      - Dotarlos de un mapa difuso, la posibilidad de un refugio
·      - Disponer largos gusanos blancos para insertar en los oídos
·      - Ubicar la acción (¿el viaje interior, el viaje exterior?)
·      - El diseño sutil de un vago sentido de propósito
·      = Al final del recorrido, la explicitación de un refugio (un hermoso insecto gigante).

En algún momento indeterminado, en algún intervalo entre la totalidad de los movimientos y la llegada al refugio, entre el problema y la solución, tendría lugar la obra de arte como tal. Parásitos activos, conectados a una pequeña rueda manual, los blancos gusanos largos (vulgarmente, ipod modicum) habrían conseguido un medio de locomoción humano durante la fase de movimiento. Al cabo, el host humano entra en reposo dentro del insecto gigante.

En su clásico libro “La mentalidad de los simios” (1917), Wolfgang Kolher despliega el mapa de sus experimentos en la isla de Tenerife. El razonamiento correcto sólo llega en la forma de una iluminación (Einsicht), el razonamiento correcto elude la tracción del ensayo y el error. Es cuando el chimpancé intuye, al cabo de horas de hambre, que ese hombre que ha dispuesto el laberinto y que acaba de dejarlo solo (pero no está lejos, lo puede oler, escuchar), que solía entrar y dejar la comida en unas cajas en el suelo y que ahora cuelga bananas de una soga a una altura que no puede alcanzar, dejando las cajas vacías a sus pies (las mismas que solían albergar la comida), este hombre que por algún motivo que no ha dado a conocer ha decidido dejar la comida inaccesible, creando obstáculos innecesarios entre su simiedad y la comida, ese hombre quiere que piense. Los simios de Kohler no pueden renunciar a esta tarea: no sólo porque morirían de hambre, si no porque tienen la responsabilidad moral de representar a su especie ante las pruebas de los hombres. Los humanos de Ulises sólo se representan a sí mismos: no tienen obligaciones hacia su especie. En este tipo de libertades se juega la apreciación del arte.

¿Tenemos los reflejos, las nervaduras afiladas, para reaccionar adecuadamente ante El? ¿Somos capaces de descifrar, sobrevivir y habitar el laberinto?

(En Parque Chas se suceden las estrategias humanas para salir. Antes de abandonar toda esperanza y lanzarse al abismo, los taxistas preguntan si una sabe cómo salir, o se jactan de saberlo. Algunos choferes humanistas dejan caer la cifra que deshace el laberinto: para salir, hay que evitar las ciudades. Sólo las calles que nombran ciudades eternizan el laberinto. Es cierto que apenas una entra en Parque Chas, la ciudad de Buenos Aires desaparece. Lo sé porque vivo en Berlín, el anillo más interior del laberinto.)

Dejo rastros de mis búsquedas en todas partes. La información vuelve la intimidad física en cada uno de sus recovecos. La experiencia es contemporánea porque es futurista: pronto todos nuestros detalles serán visitables, invitaciones a que los hábitos sean habitados por entes entrenados en campos (cerebros) ajenos, hostiles. El auto de Ulises, el caparazón de una vida ajena, está infectado de las instrucciones que hacen posible esa vida. Los laberintos de las ratas y los animales no son menos elegantes. Somos los animales perdidos en el laberinto de los rastros: que los experimentos con humanos sean intuiciones sobre el arte del futuro no elimina la piedad exquisita del experimento de devolvernos al status de bestias. Parque Chas, el laberinto del laberinto de Buenos Aires, preexistía al caparazón del autito de Ulises y esperaba desde siempre la llegada de sus verdaderos habitantes.






Pola Oloixarac
Parque Chas, Berlin Strasse, Mayo 2013


1 comment:

Anonymous said...

Mejor ponete a hablar con un árbol. Es un vicio de toda la vida.